- BIENVENIDOS -†††

No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.

martes, 24 de mayo de 2011

Razonamiento:

Siempre me ha gustado visitar lugares considerados poco habitúes para convertirlos en motivo de inspiración o de simple esparcimiento, siempre claro, con el fin de apropiarme de su atmósfera poco solicitada o de los instantes impensados que en esos lugares, y solo en esos lugares, se suelen dar de manera espontánea.
Así fue como una vez, mientras hablaba con el director encargado de un instituto para dementes crónicos y enfermos mentales de la ciudad de Buenos Aires, caminando por los pasillos de cuartos habitados por esquizofrénicos y psicóticos, oí el grito de un interno que, agobiado por la rutina del encierro, expresaba a viva voz: “El miedo a la muerte del ser humano no radica en el fin de la vida, si no, en la pena provocada por el saber que tras nuestro deceso el mundo continuará indiferente e ignorante ante nuestra ausencia”
Quedé paralizado ante aquellas palabras y un sentimiento de frustración me invadió frente a la réplica del director, que haciendo oídos sordos frente a aquella expresión poética, me pedía que ignorara las incoherencias que pudiese llegase a oír.
¿Cómo puede ser que de la boca de alguien considerado sin razón salga una idea tan razonable? ¿Cómo es posible que alguien considerado razonable ignore un razonamiento tan profundo? ¿Cuántas verdades y cuántas respuestas se desvanecen en la más pura desatención en aquellos antros, aquellos depósitos humanos donde la sociedad condena a vivir a aquellos que no encajan con la concepción preestablecida de de aquello considerado normal?
El miedo a la muerte tal vez responda a la pena de que seremos desalojados de la vida antes de que acabe el festín, dejando a amigos e invitados detrás.
Tal vez, como bien decía Lovecraft, le temamos a lo desconocido que se halla al atravesar el umbral de la vida. Pero tal vez aquel temor sea agravado por el extrañamiento de aquellos quienes no podrán acompañarnos en el viaje sin regreso, de aquellos que conocimos en vida y que tanto añoraremos… ¿en la muerte?
Cuántas ideas y reflexiones provocó en mí aquella persona considerada no razonable. Cuántas ganas me infundió aquella idea de abandonar el mundo de las personas razonables para internarme entre locos y dementes y hablar de aquellas verdades que los conscientes y realistas de allá afuera tanto ignoran…

martes, 3 de mayo de 2011

Un sueño en un sueño:


Bien lo había dicho un colega, tuve un sueño que no fue del todo un sueño, una somnolencia breve, fugaz, manchada por el rocío de invierno.
En él pude ver la degradación humana en toda su plenitud, toda su cúspide.
Caminaba por entre masas amorfas de vidas sin sentido, oyendo aquel idioma inteligible que se forma con las palabras disparadas al viento por todos a la vez. Asqueándome del rozar de manos que en esas situaciones se produce y lastimando mi alma con la piel costrada de aquellos esclavos indignos de la misericordia feudal, del compadecimiento divino, aspiraba las cenizas que ocultaban el cielo mientras me hacía paso entre aquellas sombras parlantes, sin buscar un camino, sin buscar un destino, me hacía paso…
A lo lejos, en montañas de pastizales resecos, rosas marchitas, oía el canto de
les piafs que se hacían eco entre los silencios mortuorios, haciendo odas lúcidas a la hermosa París, Venecia, Holanda, el Báltico, el Tornea, Rotterdam…
Ya me encontraba acariciando el atlántico cuando oí a lo lejos el llanto de los chacales nocturnos; el invierno se hacía calamitoso y los sueños de los durmientes pintaban el cielo al óleo en un repaso de vidas efímeras, sentidas, perezosas; me acerqué a ellos, ya el Sabbat hacía tiempo había consumido por completo su hoguera y los fieles ya habían caído en manos de los inquisidores o tomado muy en serio el juego como para seguir con vida.
Apadriné a uno de ellos, un viejo chamán que ameno me entregó los dones que el viejo Cuauhtemoc
había dejado para su linaje y me pidió que lo hiciera perdurar entre los mortales sin alma, que le diera trascendencia en la hosquedad del tiempo.
Ya me encontraba retornando a los suburbios cuando el silencio agudo empezaba a crispar mis nervios, gélido, interno, infiel, el aburrimiento me consumía en carne viva a lo que el anhelo apaleaba en una lucha por mi suma condolencia como premio.
De pronto, entre la lívida noche me topé con un alma delirante en medio de una oscura calle, uno de esos caminos congelados por el invierno y la frialdad humana por donde solo el viento gélido se atreve a pasar con ímpetu dejando a su paso algún ser condenado que haya caído en desgracia sin conocer el camino de regreso.
Este esqueleto labrador solo estaba allí parado, conversando profundamente con sus pupilas azotadas apuntando al cielo. Sostenía entre las manos un pedazo de cristal extraído de algún basural, que aunque hacía sangrar sus yemas, apretaba con fuerzas en dirección al norte. Tan entretenido estaba con su monólogo que no se percarcató de mi presencia, tan hundido estaba en su embriaguez que no se sumía en la aceptación de la existencia de un mundo a su alrededor, solo era él, allí, ahora… solo era su voz en el infinito más profundo y aquella luna egoísta que desde lo alto lo observaba casi indolente por sus reclamos.
Busqué un buen espacio en lo alto de una terraza y observé aquel hermoso espectáculo que la vida improvisaba al azar para algunas almas irreparables que buscan en la vergüenza el motivo de su inspiración, el motivo de su respirar. Tatué en mi materia gris cada detallismo de aquella escena frente al pasar insolente de algunos ignorantes que no hacían más que mofarse de aquel erudito.
Que escena tan sublime, si aquel perfecto fulero, aquella representación burlona de la desgracia hecha carne, era el único capaz de expresar, con aliento a alcohol barato y suspiros profundos de eterna congoja, las palabras exactas de todos nosotros, poetas, artistas vanagloriados por los muertos de hambre que se sientan a diario en nuestras mesas vacías, nosotros, almas sensibles que probamos la cólera de los titanes en un discernir profundo entre soledades compañeras y rocíos enfermizos de un otoño acorazado en nuestro madrigal hace tiempo ya marchito.
No había plumas, no había hojas disponibles… la embriaguez de aquel mendigo cesaba poco a poco y sus palabras se convertían lánguidas en balbuceos vulgares… pero antes de retirarse, miró indiferente al firmamento nebuloso que se alzaba sobre nuestras cabezas y le gritó a aquella reina de las noches sus penas más profundas. Su garganta carcomida por las bebidas añejas del destilamiento barato se cortó en una profunda oración esquiva a los dioses dirigida directamente a la luna pedante que aun lo miraba fría, postrada sobre su trono de plata.
Se entregó en cuerpo y alma, rogándole, suplicándole que lo lleve con ella, confesándole que su martirio era demasiado decadente para soportarlo y que solo esperaba reencontrarse con un amor antaño de sus chulerías de borracho ocioso. Solo deseaba escapar, aquél, el mismo marginado que todos los días hacía la perfecta imitación del infortunio, compartía el deseo conmigo, contigo lector, con toda alma sensible de sinestesia aguda, de detallismo profundo…
escapar, ahogarse en otros paisajes, sumergirse en otros océanos…
Bajé lentamente para no desestimar su actuación mientras aun seguía en silencio esperando una respuesta del reflejo brillante a través del cristal ya bañado en escarlata oscura.
Me retiré del lugar para comprender su abatimiento y me refugié en un sueño para poder perdurar su recuerdo, para hacer honor a aquellos chacales que cada noche siguen lamentando el final del sabath, de aquellos esclavos que se ajustan los grilletes con fuerza y orgullo, de aquel océano impotente que abraza la noche, de aquel chamán lastimero ya fallecido y sobre todo, de aquel poeta librado por el alcohol en una noche fantástica donde el silencio de una luna egoísta una vez más se impuso por sobre los reclamos de otra alma empedernida por comprender, por rogar un pasaje hacia la nada misma, hacía el todo comparado con esto… caminos gélidos de crispado silencio y profunda somnolencia.
Luego de tantas noches desesperadas pude dormitar tranquilo sabiendo que en el sueño dentro de un sueño le concedí la trascendencia a un alma friolenta que pronto no será más que el personaje predilecto de un poeta pagano.

lunes, 2 de mayo de 2011

Ser


Ya no estoy para esto,
los teatros ceden al espectáculo más bajo
sus taciturnos actores no ven en el público la razón de actuar
si no, números de fantasía reflejados en papel moneda.
Sintiendo náuseas al pasar por allí
donde abundan librerías enormes, gigantescas,
¡librerías sin libros!
atendidas por sujetos charlatanes y lectores rígidos
que desgastan sus yemas escrutando pliegos reciclados
que exponen palabras ya vendidas y comercializadas
antes de ser puestas en venta tras el cristal.

Ya no estoy para esto,
donde la sensibilidad se opaca por la vanidad,
en un litigio donde indóciles esclavos se pisan la cabeza entre sí
para alcanzar los pies de una prostituta leprosa
que los escupe desde lo alto.
Vomitando me arrastro
entre iglesias plagadas de paganos arrepentidos
siendo exorcizados por clérigos ateos y pestilentes
bajo la cruz de un Cristo que aun se desangra
reclamándole al Dios de quien él mismo duda.

Ya no estoy para esto,
siendo extranjero en mi propia tierra
oyendo un idioma ágrafo de sombras esqueléticas balbuceantes
que hablan como metralletas
donde mimos apaleados imitan a la vida
e idiotas martirizados pueblan las noches,
pueblan los días.

Y estoy aquí, o tal vez allá,
hablándole al silencio
escribiéndole a lo ausente
cortejando un amor difunto
sangrando los dientes...
Sé que embriagarse es una glorificación
que me conduce al mundo perfecto,
donde el alcohol apacigua mi lascivia
y la desazón se lleva mi deseo infesto…

Hurgo en la pluralidad de mis facetas
y encuentro una máscara hermosa, perfecta,
la máscara más sutil entre los mortales,
la uso y me observo al espejo…
que belleza señores, que hermosa imagen,
la perfección se centra en la caricia de mis dedos
frente a aquella cerámica sin facciones,
frente a aquel espejo que refleja
la sinestesia de un hombre… sin rostro.

Para ello es que he nacido amigos,
para ello fui creado…
soy los ojos impertinentes
que vieron la burla de Dios
mucho antes de la creación
y en mi piel llevo tatuadas
las blasfemias de los condenados…

Para esto estoy aquí, para esto soy lo que soy,
llevar en mis pupilas lo infinito del universo
y acarrear los cadáveres del pasado…
divulgar la mala fe y aporrear al humilde…
resucitar cada nocturnidad y fallecer en las palabras
para luego ser eterno en el silencio
y en la medianoche.
Ya no estoy para ti
para él,
para mí,
aquí estoy,
soy lo que soy,
todo por ella…
Poesía.