Dar vueltas en la cama, casi como rogando acallar al pensamiento, los ojos encandilados por recuerdos se reabren perezosos ante cada herida reabierta, cada grito desmesurado, desgarrador, ahogado.
El estómago cruje cual perro rabioso, las manos resecas, en la garganta, médanos de sal. ¿Quién es el dueño de uno si uno mismo no controla su propio ser?
Admiro la luna diurna desde el vagón de un tren sin asientos, de pronto me veo en la vertiginosa calma de una habitación sin ventanas, sin luces ni tapizados, oyendo idiomas inentendibles con un claro acento índico, asiático o tal vez romaní, allá, a lo lejos.
Busco y revuelvo entre recuerdos el olvido, me descompongo a orillas de un pantano retrospectivo. Te hallo frente a mí y siento esas náuseas y el arrepentimiento de quien ha tenido un mal viaje - como todo principiante -
De repente es el miedo quien habla, murmura ciertas verdades vedadas para someterse a lo lívido del sarcasmo, el sueño aun no ha aparecido por acá, no aparecerá, tampoco la calma, ni siquiera la resignación.
Todo es ensueño, desolación de desiertos salados, un sol agobiante que derrite los témpanos de la cordura, un cielo violáceo que se contempla desde las escalinatas despintadas de un andén vacío al cual no arribarán más formaciones ni otros paisajes.
Todo es nada y la nada es todo, ya se han cerrado las puertas de roble y nos hemos quedado espetando el armazón descascarado de una ilusión irrisoria, decadente. ¿Qué decías antes? que las palabras no valen si no por su acción o su modestia, mírame ahora, en silencio, cumplo mi promesa.
Kenny