- BIENVENIDOS -†††

No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.

martes, 3 de mayo de 2011

Un sueño en un sueño:


Bien lo había dicho un colega, tuve un sueño que no fue del todo un sueño, una somnolencia breve, fugaz, manchada por el rocío de invierno.
En él pude ver la degradación humana en toda su plenitud, toda su cúspide.
Caminaba por entre masas amorfas de vidas sin sentido, oyendo aquel idioma inteligible que se forma con las palabras disparadas al viento por todos a la vez. Asqueándome del rozar de manos que en esas situaciones se produce y lastimando mi alma con la piel costrada de aquellos esclavos indignos de la misericordia feudal, del compadecimiento divino, aspiraba las cenizas que ocultaban el cielo mientras me hacía paso entre aquellas sombras parlantes, sin buscar un camino, sin buscar un destino, me hacía paso…
A lo lejos, en montañas de pastizales resecos, rosas marchitas, oía el canto de
les piafs que se hacían eco entre los silencios mortuorios, haciendo odas lúcidas a la hermosa París, Venecia, Holanda, el Báltico, el Tornea, Rotterdam…
Ya me encontraba acariciando el atlántico cuando oí a lo lejos el llanto de los chacales nocturnos; el invierno se hacía calamitoso y los sueños de los durmientes pintaban el cielo al óleo en un repaso de vidas efímeras, sentidas, perezosas; me acerqué a ellos, ya el Sabbat hacía tiempo había consumido por completo su hoguera y los fieles ya habían caído en manos de los inquisidores o tomado muy en serio el juego como para seguir con vida.
Apadriné a uno de ellos, un viejo chamán que ameno me entregó los dones que el viejo Cuauhtemoc
había dejado para su linaje y me pidió que lo hiciera perdurar entre los mortales sin alma, que le diera trascendencia en la hosquedad del tiempo.
Ya me encontraba retornando a los suburbios cuando el silencio agudo empezaba a crispar mis nervios, gélido, interno, infiel, el aburrimiento me consumía en carne viva a lo que el anhelo apaleaba en una lucha por mi suma condolencia como premio.
De pronto, entre la lívida noche me topé con un alma delirante en medio de una oscura calle, uno de esos caminos congelados por el invierno y la frialdad humana por donde solo el viento gélido se atreve a pasar con ímpetu dejando a su paso algún ser condenado que haya caído en desgracia sin conocer el camino de regreso.
Este esqueleto labrador solo estaba allí parado, conversando profundamente con sus pupilas azotadas apuntando al cielo. Sostenía entre las manos un pedazo de cristal extraído de algún basural, que aunque hacía sangrar sus yemas, apretaba con fuerzas en dirección al norte. Tan entretenido estaba con su monólogo que no se percarcató de mi presencia, tan hundido estaba en su embriaguez que no se sumía en la aceptación de la existencia de un mundo a su alrededor, solo era él, allí, ahora… solo era su voz en el infinito más profundo y aquella luna egoísta que desde lo alto lo observaba casi indolente por sus reclamos.
Busqué un buen espacio en lo alto de una terraza y observé aquel hermoso espectáculo que la vida improvisaba al azar para algunas almas irreparables que buscan en la vergüenza el motivo de su inspiración, el motivo de su respirar. Tatué en mi materia gris cada detallismo de aquella escena frente al pasar insolente de algunos ignorantes que no hacían más que mofarse de aquel erudito.
Que escena tan sublime, si aquel perfecto fulero, aquella representación burlona de la desgracia hecha carne, era el único capaz de expresar, con aliento a alcohol barato y suspiros profundos de eterna congoja, las palabras exactas de todos nosotros, poetas, artistas vanagloriados por los muertos de hambre que se sientan a diario en nuestras mesas vacías, nosotros, almas sensibles que probamos la cólera de los titanes en un discernir profundo entre soledades compañeras y rocíos enfermizos de un otoño acorazado en nuestro madrigal hace tiempo ya marchito.
No había plumas, no había hojas disponibles… la embriaguez de aquel mendigo cesaba poco a poco y sus palabras se convertían lánguidas en balbuceos vulgares… pero antes de retirarse, miró indiferente al firmamento nebuloso que se alzaba sobre nuestras cabezas y le gritó a aquella reina de las noches sus penas más profundas. Su garganta carcomida por las bebidas añejas del destilamiento barato se cortó en una profunda oración esquiva a los dioses dirigida directamente a la luna pedante que aun lo miraba fría, postrada sobre su trono de plata.
Se entregó en cuerpo y alma, rogándole, suplicándole que lo lleve con ella, confesándole que su martirio era demasiado decadente para soportarlo y que solo esperaba reencontrarse con un amor antaño de sus chulerías de borracho ocioso. Solo deseaba escapar, aquél, el mismo marginado que todos los días hacía la perfecta imitación del infortunio, compartía el deseo conmigo, contigo lector, con toda alma sensible de sinestesia aguda, de detallismo profundo…
escapar, ahogarse en otros paisajes, sumergirse en otros océanos…
Bajé lentamente para no desestimar su actuación mientras aun seguía en silencio esperando una respuesta del reflejo brillante a través del cristal ya bañado en escarlata oscura.
Me retiré del lugar para comprender su abatimiento y me refugié en un sueño para poder perdurar su recuerdo, para hacer honor a aquellos chacales que cada noche siguen lamentando el final del sabath, de aquellos esclavos que se ajustan los grilletes con fuerza y orgullo, de aquel océano impotente que abraza la noche, de aquel chamán lastimero ya fallecido y sobre todo, de aquel poeta librado por el alcohol en una noche fantástica donde el silencio de una luna egoísta una vez más se impuso por sobre los reclamos de otra alma empedernida por comprender, por rogar un pasaje hacia la nada misma, hacía el todo comparado con esto… caminos gélidos de crispado silencio y profunda somnolencia.
Luego de tantas noches desesperadas pude dormitar tranquilo sabiendo que en el sueño dentro de un sueño le concedí la trascendencia a un alma friolenta que pronto no será más que el personaje predilecto de un poeta pagano.

1 comentario:

  1. ´Muy bueno, Kenny. Recuerdo esta anécdota de la que hablamos. Bien enfocado!

    ResponderEliminar