Cierta vez,
caminando por las desiertas calles de la gran ciudad,
me topé con un viejo y lastimado corazón
que yacía tirado en el suelo…
por curiosidad tal vez o simple atención,
lo levanté de entre el rocío y la escarcha
y lo llevé conmigo, tapándolo con mi camisa,
cubriéndolo del frío.
En mi andar lo examiné,
aun lo recuerdo…
aquel rojo oscuro de antaño
junto a las manchas de sentimientos destrozados,
aquellas lágrimas cristalizadas de melancólico llanto
y aquel latir pobre que apenas se percibía de tanto en tanto…
Era una noche muy fría,
era noche de luna nueva,
la oscuridad dominaba las calles
y el silencio mis pasos…
aquel corazón agonizante
parecía tener un albor de esperanza,
parecía como si aun quisiera luchar,
como si aun quisiera latir,
poco a poco, paso a paso.
Y de repente,
ante mis ojos se iba alzando el amanecer,
la ciudad se iba despertando,
así que sobre el cordón de la vereda
a aquel huérfano corazón dejé,
mientras me iba alejan oyendo su tenue llanto.
En mi caminar iba recordando
cuando yo también tenia un corazón,
a quien también debí abandonarlo…
y ahora,
mientras me iba perdiendo por las calles de Buenos Aires,
no podía dejar de pensar
en que por ahí habría una persona igual a mí,
sin un corazón por el cual desgarrarse…
y que en un intento desesperado del dolor librarse
también lo dejó en una calle desierta de luna nueva
para que tal vez
un enamorado sin amor
llegase a encontrarlo.
Kenny.
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