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No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.

lunes, 5 de marzo de 2012

Lo espiritual en el arte

El sacrificio fue hecho para merecerlo, el peso para llevarlo, bien decía Martí cómo la gracia, el talento, es un martirio y un vestigio de gloria en el afán de los dementes en crear revoluciones.
Inventemos una nueva religión o planeemos un asesinato, esta noche podemos hacerlo todo. Yo si bien no he asesinado a alguien ha sido más por falta de tiempo que por temor al castigo.
La leña sufre su corte para luego iluminar con su brasa, así mismo el poeta, el artista, que carga sobre sí el ostracismo de la indiferencia, del repudio, para luego sucumbir a la impertinencia del renombre ya luego de su inevitable deceso carnal.

Se crispan los nervios de los austeros que en busca de su adictivo placebo se redimen a lo sublime de la nada misma. Ya que hallan en ese vacío, ese pliegue universal entre constelaciones, tiempos, vidas y muertes el alimento para sus habladurías que repetirán y sembrarán de lares en lares.

Pero el amante fiel, aquel que no renuncia a la tragicomedia de la vida, se yergue por sobre lo aparentar y se funde en aquel vacío abandonado sin razón de existir, sin misma existencia. Se confunde con la transparencia de la naturaleza viva, así mismo como lo hizo Withman en su momento, y genera un nuevo big bang en cada charla contratada a cambio de atención o un mínimo interés en cuotas.

Se trasluce en la mirada fatigada de estos revolucionarios, la voluntad de hacer volar por los aires las cadenas niqueladas del sistema; por ello buscan esclavos diurnos en la noche que hayan despertado del letargo del conformismo.

Como raíces de hierba mala, van ultrajando la tierra pecaminosa del Edén, y sin más motivo, viéndose acorralado por lo inevitable, Dios mismo se hace un lado para entregar un reino a la gloria de la trascendencia; la epifanía casi luzbélica de la esencia humana, de la poesía hecha carne y hueso a través de sus mártires y emblemas.
La banalidad en el arte tiene la misma expectativa de vida que un niño que muere antes de ver la luz. Sujetos a esta sentencia, miles de almas se han lanzado a la búsqueda de aquel sol sempiterno, envuelto en galacias ficticias y sumergido en un océano de estrellas que solo buscan brillar en el día y estallar por las noches de infiernos crepusculares.

Librados al azar, estos criminales de la razón hallan refugio en el ceno de la lucha, se hacen sublimes en la más mísera pobreza y convierten a la muerte en verdadera fuente de vida eterna. Ante la ausencia de Dios, se independizan de la culpa y vagan por desiertos de penínsulas cristalizadas siendo atraídos por el sexo sucio, las prostitutas enamoradizas y el alcohol añejo en un galeón de cobre.

Los centinelas de la moral advierten la cercanía inefable de esta ola que se alza por sobre las nubes del mediodía y se afligen de ver al monarca desangrar con esquirlas de plomo en su sien.

¡Este es el momento de tomar la fortaleza rendida ante la mediocridad de su existencia! El pasado ha demacrado al futuro y las tierras de nadie han comenzado a recuperar a sus dueños. Miles de violinistas acompañan al frente que dispara fogonazos de verdad y poesía, uno por uno van cayendo los infantes de la mentira y el engaño. Cada artista que renace va tomando el poder de su propio destino.


Y se inmolan cientos de estrellas, adornando la gloria con plateado polvo de victoria y un hermoso olor a tierra mojada por la sangre de los derrotados y las lágrimas de emoción de los victoriosos, que aun no comprenden lo ominoso de sus laureles en la cúspide de su alegría.


Kenny

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