- BIENVENIDOS -†††

No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.

viernes, 2 de marzo de 2012

Mil Millas

Y casi sin darnos cuentas iba llegando el otoño. El calor agobiante, ese verdugo precoz que nos recibe cálido y nos estrangula durante más de tres meses, por fin se estaba retirando, dejando a su paso un sendero de hojas torturadas y agazapadas entre las raíces sobresalientes de los árboles de pino, descoloradas, casi exorbitadas. Cristalizadas, se resquebrajaban entre la hojarasca pisoteada por el batir de alas de aquellas palomas en busca de alimento y alguna que otra ilusión.

Entre tanto vos seguís dormida nomas, parecieras sonreír entre sueños, recostada en mí, cubierta nomas por una sábana blanca que intimida mis pupilas entre el claroscuro del amanecer renaciente. Habíamos finalizado el ritual hacía menos de dos horas en las que pude entregarme a un sueño efímero en el que te veía reluciente, adornada con aquella sonrisa que te caracteriza y completamente anonadada por lo acontecido hacía unas horas. Sí, te había soñado feliz, luego de tanto tiempo te había visto volver a sonreír aunque no había sido más que eso, un sueño pasajero que parecía burlárseme luego de un momento pasional. Como aquel que va a pagar las cuentas y se da cuenta que dejó la billetera arriba de la cama.

Pero tuve que despertarme che, tuve que hacerlo. Sé perfectamente que cuando el sol reabra la temporada otoñal vos deberás retirarte con tu verdadera familia y olvidarte de esto que podría catalogarse de un amor de verano. Te despertarás sorprendida por ese crujir de la cama al momento en que el despertador suene furioso recordándonos el tiempo, recordándonos los deberes, recordándome que no sos mía, que no soy tuyo. Y te despegarás de mi pecho con la misma frialdad que abandonarás esos sueños que ahora mismo te hacen sonreír. Te vestirás, te maquillarás, no desayunarás bajo el pretexto del tiempo y al momento solo nos abrazaremos, nos miraremos y resistiremos el deseo de volver a la cama, a la calidez, a los deseos para despedirnos con un beso y la promesa de volvernos a ver el próximo verano.

Pero yo sé que esa promesa no se cumplirá. Sé perfectamente que entrado el invierno estarás casada con él y se irán de luna de miel a Zaragoza, Tarragona o Barcelona. Y serás feliz, sonreirás como lo haces en este mismo momento con el pelo enharinado en el rostro y tus piernas aferradas a las mías. Sé que te olvidarás de mí como ahora mismo te has olvidado de él y sé que yo no podré olvidarte a ti como nunca la he olvidado a ella.
Ella… ahí está ella otra vez. Si tan solo ella también no se hubiera ido, si tan solo me hubiese dado ese último beso de despedida que tanto le había rogado, aun mientras la veía gritar y llorar de angustia con su rostro completamente ensangrentado y molido por aquel palo de golf que habíamos comprado en un viaje a Asturias. No me importaba que sangrara, en realidad creo que la sal de su boca partida me incentivaba aun más a besarla y a seguir castigándola. ¿Pero cómo iba a saber yo que no resistiría? Tantas noches resistió heladas bajo los pinos, tantas noches resistió horas y horas de violaciones y bajezas a las cuales accedía con una negación gustosa y casi aterradora. Pero ¿qué importa ella? Si ahora estoy con vos. Y seguís durmiendo y suspirando como si presintieras el final de esta historia. Sí, como si pudieras entrever entre tus pupilas acobijadas por pestañas y sueños aquel momento exacto en el cual te pediré el último beso de despedida y tú me lo negarás, y yo me volveré loco como siempre suelo hacerlo cuando me niegan un beso de despedida y gritaré y golpearé la puerta mientras la trabo para impedir aquella huída que el mismo miedo va trazando en tu mente enferma de desconcierto y temor…

Temor, dicen que aun aquel que mata por quinta vez lo sigue sintiendo. Yo lo he dejado de sentir hace mucho tiempo ya; desde la sexta o séptima que tuve que enterrar dos kilómetros más al sur porque últimamente los bosques se van urbanizando cada vez más y esos restos fósiles que hallaron a medio kilómetro de casa me alertaron de que debía cambiar de estrategia y no arrojar mis restos de trabajo por el río. Pero eso no importa. Hubo una sola vez que tuve miedo, sí, y fue la primera vez. Cuando me dejé llevar, cuando mi querida se quiso ir sin despedirme, sí, esa vez sentí miedo. Sentí miedo de su ausencia, de su soledad, sentí miedo de su fría indiferencia, no solo el frio de su cuerpo sin vida el cual conservé hasta que comencé a ver que los gusanos necrófilos iban violando su carne morada y tiesa, sino más bien su indiferencia de no perdonarme por lo que le había hecho, si nada más la había amado.

Pero qué cosas son las que se me pasan por la mente mientras vos seguís perdida en aquel mundo interior. Sos hermosa en verdad, fue una locura nuestro encuentro. Perdida en este pueblo miserable, buscando un lugar donde pasar el verano. Menos mal que mi casa es grande como para poder recibir huéspedes, pero sabía que no querías dormir sola. Lo supe desde tu cambio de rostro al mostrarte la fría habitación que accediste a pagar, la habitación de ella por supuesto. Habías sentido esa frialdad que yo siento de a ratos y no te gustó, habías sentido su perfume y sentiste celos, habías sentido en la entrada misma el olor a muerte y me pediste dormir en mi habitación, asustada como una niña que le teme a la oscuridad. Lo que sucedió luego es predecible e inevitable. Pero lo que suceda de ahora en más es innegable.

Mejor va a ser que duerma un poco más, no quisiera despertarte ahora que el sol acaricia la el entramaje de fuera. Dormí vos también que ya nos saludaremos más tarde, no llores, ¿por qué lloras? Pero estás humedeciendo tus mejillas con lágrimas, ¿acaso tenés miedo? No temas, no pasa nada. Es solo el amor querida lo que nos tiene así, no sientas culpa por él, va a estar bien, sí querida, va a cuidar bien a los chicos. Es cierto, no lo conozco, pero para estar con alguien como vos debe ser una gran persona. Deja de llorar, parecieran ángeles allá afuera que se acercan a la ventana ¿ves? Son hermosas las palomas cuando reciben al otoño. Esa alfombra cobriza, ese sol melancólico que se tapa con las nubes azabache, ese viento frio, esa puerta cerrada, el pasillo aun oscuro, aun no se distingue un árbol del otro ¿veerdad?, vos acostada sobre mí, tapada nada más con la sábana blanca que trasluce tu espalda desnuda, tu cabeza apoyada en mi pecho, tus ojos cerrados filtrando lágrimas, los míos cerrados invitando al sueño y al lado nuestro una sombra que se alza como en cada visita y cada despedida. Hay un sonido que nace, crece y crece, es el despertador que suena. Abris los ojos, querida, ya no llores, solo besame. Besame, ¡no importa que llores! ¡no importa que sangres! Pero antes de dejar de respirar besame y mordeme los labios como lo hacías anoche para así poder abrazarte antes de soltarte la mano 3 kilómetros al sur, a cien kilómetros del río, a mil millas al norte de tus amores y tus sueños de casamiento.

Kenny

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