Habíamos acordado
un encuentro en donde siempre, la hora acostumbrada, la noche propicia, el
sueño en cada casa, un frío de aquellos. Sin rodeos entablamos la conversación
con miradas, la mano oculta, la otra sosteniendo el cigarrillo. El alquitrán
calentaba los pulmones, la luna parecía vieja de esquina por lo curiosa del
momento y los latidos se acrecentaban cada vez más.
La pantomima había hecho de nosotros unos payasos sin gracia; ambos sabíamos perfectamente el por qué nos encontrábamos allí y cómo terminaría la fugacidad de nuestro reencuentro. Las pitadas se tornaban densas, secas, nerviosas. El humo salía al instante mismo de entrar en nosotros dibujando siluetas abstractas en la neblina atravesada por la luz plateada de aquella ansiosa espectadora.
Ya no más cigarrillos, ya no más miradas, las córneas se humedecían, el pulso se amenizaba, la pólvora parecía gritar antes de hacer explosión y en ese mismo momento, casi sin advertirlo, me viste sacar el revólver y acertarle cuatro balazos a tu cuerpo temblante y pálido. Caíste por inercia, lloraste antes de tocar el suelo y tu mutismo selló el final del acto.
Progresivamente fui saliendo del ambiente, el olor a pólvora aun pululaba en la cuadra y el fogonazo aun parecía flamear en mis pupilas. Retrocedí hasta percatarme de tu muerte, accedí al deseo de la huida y así desaparecí paralelamente al último suspiro. Recé, me persigné y me arrepentí. De lo demás se ocuparían los policías y los vecinos chismosos que salían en camisón a ver el cadáver.
La pantomima había hecho de nosotros unos payasos sin gracia; ambos sabíamos perfectamente el por qué nos encontrábamos allí y cómo terminaría la fugacidad de nuestro reencuentro. Las pitadas se tornaban densas, secas, nerviosas. El humo salía al instante mismo de entrar en nosotros dibujando siluetas abstractas en la neblina atravesada por la luz plateada de aquella ansiosa espectadora.
Ya no más cigarrillos, ya no más miradas, las córneas se humedecían, el pulso se amenizaba, la pólvora parecía gritar antes de hacer explosión y en ese mismo momento, casi sin advertirlo, me viste sacar el revólver y acertarle cuatro balazos a tu cuerpo temblante y pálido. Caíste por inercia, lloraste antes de tocar el suelo y tu mutismo selló el final del acto.
Progresivamente fui saliendo del ambiente, el olor a pólvora aun pululaba en la cuadra y el fogonazo aun parecía flamear en mis pupilas. Retrocedí hasta percatarme de tu muerte, accedí al deseo de la huida y así desaparecí paralelamente al último suspiro. Recé, me persigné y me arrepentí. De lo demás se ocuparían los policías y los vecinos chismosos que salían en camisón a ver el cadáver.
Kenny
:3, genial...
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