Un escéptico buscaba algún recoveco en la ciudad donde cometer el crimen, alguna grieta en el tiempo para llevar a cabo el asesinato. Buscaba como tantos de nosotros matar el tiempo con algún arma que no llamara mucho la atención, alguna actividad estrafalaria que le jugara una mala pasada a la rutina.
Entre búsqueda y recorrido se adentro en una vieja casona de Adrogué donde se exponían obras anónimas realizadas con suma delicadeza. Cada cuadro respondía a un sentimiento y exclamaba desde su mutismo el llamado de atención a espectadores y bohemios que solían congregarse allí.
Se hacía presente el surrealismo, las técnicas mixtas, los pliegues y despliegues, los collages de recuerdos, las fotografías de momentos intrascendentes trascendidos, en sí, la belleza artística expresada en la totalidad de sus modos.
Es en eso que encontró una reproducción viva de la muerte frente a sus ojos. Una réplica exacta de aquello que suele considerarse vergonzoso o penoso, una imagen donde se resaltaban unas pupilas melancólicas, labios carcomidos y un cabello desarreglado. Una desnudez sublime del alma en todo su fulgor que lo atrapó desde el primer instante, abstrayéndolo de tal modo que todo el mundo, o lo que al menos el consideraba mundo, se ocultó tras un sedoso velo de silencio y calma. Solo eran él y aquel cuadro platinado frente a su elocuencia.
Tras de él había una columna marmolada y como en un estado de insomnio se preparó para el fusilamiento en el momento mismo en que la imagen habló pronunciando estas haladas palabras: “He conocido el vasto mundo de la miseria y el sufrir, he visitado tantos universos como libros hay en mi biblioteca y he entablado charlas nocturnas con la parca durante años, pero jamás he percibido tal dolor, tal miseria, melancolía y repugnancia como los que hallo en tus pupilas café, ventanas de un espíritu sollozante, reflejo del infierno dantesco. ¡Vete y no vuelvas! Que mis ojos se inundan de crisálidas al ver el desierto estepario en los tuyos, ¡vete y no regreses perro embustero! Que ni la gracia del señor se apiade de tu alma por andar difundiendo por ahí tanta angustia, escarmiento y desolación…”
Así fue como el hombre dejó de mirar su reflejo y se retiró del lugar, complacido de haberse encontrado a sí mismo, insatisfecho de no haber hallado a otro.
Kenny
La búsqueda de todo artista es escaparle a la rutina, para la sociedad eso es un gran crimen o tal vez un pecado. La verdadera belleza de la poesía es la eternidad a la que nos puede llevar (experiencias, valores, sentimientos, etc.)... Si uno esta ligado a ver, hacer o vivir siempre lo mismo, no aprenderá mucho más de lo que ya sabe... Luego de un tiempo la rutina le dolerá y buscará desesperado salir de ella, como un perro abandonado...Pero si se queda en la rutina, eso si es morir... Como ya dije: el arte nos permite salir de la rutina mediante la eternidad que nos promete ¡No nos quedemos! majo
ResponderEliminar