Era algo fatal, tenebroso en realidad. Ver como caían, una
tras otra, pum, ¡crash!, parecían entregarse resignadas a la caída y al
terrible impacto contra el suelo. Algunas se abrían, otras se resquebrajaban, se
partían en dos, en tres, en cien pedazos. Yo quería advertir sobre ello,
buscaba la manera de que observaran lo que estaba ocurriendo, quería que
percibieran sus gritos, la adrenalina en su caída, la muerte en su soledad. En
ese momento empecé a gritar, más aun a aquellos quienes las pisaban y las
hacían gemir bajo sus botas. Gritaba, lloraba, señalaba, suplicaba, pero nadie
oía, nadie hacía nada. Solo mamá se me acercó y calmó mi llanto. Ella me
abrazó, me conocía bien, sabía que en esos momentos solo necesitaba un abrazo
para calmarme. Me dijo que todo estaría bien, que al caer el otoño las hojas no
morían, si no que los árboles se desvestían para luego lucir su nuevo traje de
primavera. Con hojas mucho más hermosas, más tiernas, más vivas. Me dijo que la
muerte es solo el renacer de la vida, que las hojas resquebrajadas en el suelo
eran el pasado que debía ser pisado para levantar la mirada y contemplar las
nuevas hojas donde poder escribir el paso de otras estaciones.
Kenny
Marqué que era excelente porque realmente es muy tierno y conmovedor. Un escrito de esos que te hacen abrir el corazón y recordar que en la infancia las cosas menos importantes para los adultos eran indispensables para los niños que fuimos. Precioso!! En especial porque no hay como la mirada de un niño, me encanta bien a lo Galeano jaja hermoso hermano!!
ResponderEliminarmajo :)