El olor amable del buen vino, seduciendo los labios
desde su templanza reflejada en la copa.
El humo suicida del cigarro que consumiéndose va,
atontado siguiendo la ruta del infinito
dibujando sombras a su paso.
La música melancólica, custodiada por recuerdos,
llama con gritos de silencio la atención de musas que,
fatigadas, descansan en el imperante desosiego
que les resulta ser la noche y su calma.
Y en su lánguida autodestrucción
el poeta en un vitral se halla a sí mismo
y a los demás abstraídos en un fluir
incesante de su tinta al papel despintado.
La vida, resurgida en lúcida vehemencia
de un hecho aún no aclarado,
se entera de su inminente final
y ante el supuesto se irgue excéntrica
para dejar legado al desconocido que aproxima
trayendo consigo al pasado.
El tiempo siempre apresurado
detiene y estanca su desagravio
en este instante cristalizado,
canto penado de aquel
que por no querer morir
se entrega a la muerte batallando
dejando a la vida sábanas ensangrentadas
por el fluir borracho de ondas heridas,
ángeles de alas arrancadas,
musas venales apuñaladas
con la pluma de un joven poeta
que siguiendo el camino de la trascendencia
sufre ya, el calvario del espanto.
Kenny
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