Si no tomaras tanto, tal vez me entenderías mejor.
Bien, como te
contaba. Era temprano, volvía del trabajo, algo apresurado porque cuando la
panza ruge las piernas se agitan. El camino estaba desierto, la medianoche se
acercaba junto con las nubes que prometían fresca lluvia. Fue extraño, es
verdad, pero llamativo y muy interesante.
Solo los perros me hacían compañía, y
presta mucha atención a esto, porque los perros, los perros callejeros, son
semejantes a los artistas ¿sabes? deja de reír, comprendo tu ebriedad, pero
escucha esto.
Los perros callejeros, aquellos mismos que te he visto patear
como saco de huesos, aquellos que son perseguidos como bandoleros por el simple
hecho de romper las bolsas de residuos para saciar el hambre, aquellos que son
atropellados y olvidados a mitad de la ruta, a mitad de sus vidas, son
semejantes a nosotros. ¿Por qué? bien, mira, ¿no has notado el respeto con el
que se te acercan? ¿acaso nunca has percibido aquella respiración agitada de
quien mucho ha vagado y agradece de corazón la mínima atención de un extraño?
una mirada que les recuerde que aun existen, una caricia que aun les compruebe
que son tangibles, que no son fantasmas en la ciudad, que no son esbozos de
sueños perdidos por un ebrio, sin ofender, distraído y olvidado en sí mismo.
Estos animales, querido amigo, estos animales son el reflejo más fiel que
tenemos. Justamente por ello, por su fidelidad.
¿Cuántas veces nos han pateado
a nosotros? ¿Cuántas veces nos hemos visto sumergidos en la miseria y el dolor
más punzante provocado por la indiferencia, la ignorancia y la frialdad de
aquellos cómodos que tanto aburrimos con nuestras artes? ya seas tú con tu
música, yo con mis escritos, aquel con sus grabados, el otro con sus fantasías,
y este con sus utopías.
No amigo, en este mundo ya no queda lugar para la
esperanza. Hace mucho tiempo ya que Pandora la ha desaparecido de estos lados.
Esos perros son los únicos que nos entienden, por no hablar nuestro lenguaje,
nos captan con sus húmedas miradas y a través de sus pupilas advertimos lo
desgraciados que somos, lo miserables que escogimos ser, pero aun así, lo lleno
que estamos por aun conservar la inocencia, por aun poder seguir creyendo entre
tantos incrédulos. Creyendo en nosotros mismos, creyendo en que los demás algún
día despertaran de su letargo, creyendo en la muerte y la vida como una
complementación perfecta y sublime.
Abre aquella botella, invítame de aquello que bebes.
Algo tendremos que hacer
amigo, aquellos perros no pueden seguir muriendo de frío allí fuera, aquellos
perros deben dejar de aullar por los pesares del mundo, dejar de correr tras
fantasías vacías e insulsos sueños. Aquellos perros deben convertirse en lobos
de antaño y dominar la poesía con sus fauces, dominar la inteligencia con
garras y la belleza con sus ojos de luna. Debemos juntarnos y ser una gran
manada, pero a la vez saber mantener el espíritu de lobo estepario para lidiar
con nuestra esencia.
¿Recuerdas a aquel loco agradable que tantas veces nos
hablaba de sus cronopios y sus esperanzas? he oído que anda por París,
extrañando el tango y desvivido por el jazz. Creo que aun podemos hallar aquello
que buscamos por estos lados, sin necesidad de cruzar el charco. No lo sé
amigo, este whisky barato llega rápido al sistema nervioso y ya es hora de
retirarme. Recuerda lo que hablamos, los perros, deja de patearlos, ¡admíralos!
que son como nosotros, o superiores, y por favor, cuando encuentres a uno,
hazle compañía, por lo menos unos segundos antes de seguir tu camino, no he
encontrado laguna más profunda o belleza más admirable que en aquellos cuadros
al óleo de sus ojos agradecidos.
Kenny
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