- BIENVENIDOS -†††
No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.
miércoles, 31 de julio de 2013
Jazz
En suspiros candentes de brasa, él la recordaba, como casi a diario en esas templadas tardes de invierno. Alimentaba el fuego mientras Davis improvisaba su jazz en el fondo, mientras el viento enmohecido empañaba las ventanas, mientras todo parecía seguir igual a pesar de su ausencia.
El cinismo de aquel paso del tiempo lo sofocaba, más aun que las llamas que coloreaban su rostro. No podía concentir que ella estuviese lejos y ausente, tan cerca de él y más presente que nunca y que el mundo entero siguiera aun con su desfachatez, su juego caduco de aparentar ser el mismo. Juego insulso en el que él no se permitiría caer, ya que, como todo ser humano, pensaba la manera más llamativa de comunicar sus emociones, su vacío, su tenaz pesadumbre frente a aquella soledad.
Así, mientras Davis se entregaba de lleno a su sombría demencia, mientras el fuego hacía estallar el cemento de las paredes, derretir los vidrios de las ventanas y consumir la alfombra del suelo. Mientras algunos vecinos se amontonaban en su vereda a gritar y sollozar en vano, él alimentaba el fuego con sus memorias, con su pesadez, su triste recuerdo, su vacío hueco y estéril, con sus mejores licores, sus libros, sus ropas, bailaba con las llamas mientras su fragor lo abrazaba y lo consumía como antaño lo hacía ella con sus besos ya gélidos, sus abrazos ya partidos.
Así amó este hombre a aquella que solo encontró sus cenizas mezcladas con el carbón de la casa deshecha, con el plástico derretido de sus discos favoritos de jazz, las hojas ennegrecidas de sus libros predilectos de poesía y novelas. Así la amó hasta el último momendo de sus suspiros candentes de brasa donde la recordó y la amó antes de ser completamente consumido por las llamas y el frío.
Silguero Ignacio
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