- BIENVENIDOS -†††

No temo a las palabras de los enemigos, si no, al silencio de quienes dicen ser amigos. No temo a las mentiras de los traidores, si no, a la traición de los débiles. No temo al ataque de los mismos de siempre, si no, al ataque caprichoso de los cobardes y confundidos. No temo al horror, no temo al terror porque lo conocemos bien desde que nacemos, le temo a la esperanza y a la confianza, las mismas que se vuelven contra nosotros y nos hostigan hasta que morimos. Uno se acostumbra a seguir construyendo castillos de cristal en el aire, sin prever la tempestad.

martes, 7 de enero de 2014

Mi primera visita








Sentado frente a una mesa redonda, el dolor lacerante hace que todo dé vueltas, que las manos aflojen y las piernas tiemblen, los dedos tiemblan, la mandíbula tiembla. El sudor recorre la frente y los párpados flanquean las pupilas, las imágenes atenúan y la cabeza parece estar por estallar, pero no es miedo, el miedo es otra cosa.

Las náuseas provocan arcadas, el olor se vuelve insoportable, las migas de pan dibujan sombras sobre el mantel, y si no es el ruido el silencio aturde, las moscas molestan, el tren a lo lejos molesta, los amigos dejados atrás molestan, los recuerdos sentados alrededor molestan, pero creo que no es miedo, el miedo es otra cosa.

La noche huele a lluvia, los árboles silban enérgicos, los gatos merodean debajo de las sillas y la luz rasga las paredes, consumiendo la pintura descascarada de un cuarto pequeño. El dolor se acentúa orgulloso, el rocío comienza a caer. Los cartones se humedecen, los autos aceleran, las calles se doblan, los pasos retumban en la sien como disparos de revólver y es la soledad una testigo muda del desvanecer de la vida. Pero no hay miedo, eso es otra cosa.

El cuerpo pasa factura, el cuerpo no es inmortal como las palabras, como el pensamiento, el cuerpo se rinde cobarde y las ideas envejecen y se astillan. El tabaco redime las últimas caricias a los pulmones agitados mientras el estómago pareciera saltar en cólera, mientras la garganta se reseca arenosa y el corazón da los últimos toques a la puerta de roble que nunca abrirá. Aun así, no es miedo, es otra cosa.

El suelo, esquirlas de vidrio, el espejo añorará su rostro. La ciudad se levanta, los engranajes se aceitan, el batallón avanza, paso tras paso, botas tras botas. Una niña pasa delante de la mesa y mira, aprieta la garganta de su muñeca petrificada y pregunta – “¿Tenés miedo?”- lo demás no se alcanza a oír, la mesa redonda sucumbe al peso antes de que ella salga a gritar afuera.

No niña, el miedo es otra cosa, y a veces no se presenta cuando sucede lo que tiene que suceder o cuando la llovizna comienza tenue, mientras el dolor va desapareciendo.


Silguero Ignacio

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