Sentado frente a una mesa redonda, el dolor lacerante hace que
todo dé vueltas, que las manos aflojen y las piernas tiemblen, los dedos
tiemblan, la mandíbula tiembla. El sudor recorre la frente y los párpados
flanquean las pupilas, las imágenes atenúan y la cabeza parece estar por
estallar, pero no es miedo, el miedo es otra cosa.
Las náuseas provocan arcadas, el olor se vuelve insoportable, las
migas de pan dibujan sombras sobre el mantel, y si no es el ruido el silencio
aturde, las moscas molestan, el tren a lo lejos molesta, los amigos dejados
atrás molestan, los recuerdos sentados alrededor molestan, pero creo que no es
miedo, el miedo es otra cosa.
La noche huele a lluvia, los árboles silban enérgicos, los gatos
merodean debajo de las sillas y la luz rasga las paredes, consumiendo la
pintura descascarada de un cuarto pequeño. El dolor se acentúa orgulloso, el
rocío comienza a caer. Los cartones se humedecen, los autos aceleran, las
calles se doblan, los pasos retumban en la sien como disparos de revólver y es
la soledad una testigo muda del desvanecer de la vida. Pero no hay miedo, eso
es otra cosa.
El cuerpo pasa factura, el cuerpo no es inmortal como las
palabras, como el pensamiento, el cuerpo se rinde cobarde y las ideas envejecen
y se astillan. El tabaco redime las últimas caricias a los pulmones agitados
mientras el estómago pareciera saltar en cólera, mientras la garganta se reseca
arenosa y el corazón da los últimos toques a la puerta de roble que nunca
abrirá. Aun así, no es miedo, es otra cosa.
El suelo, esquirlas de vidrio, el espejo añorará su rostro. La
ciudad se levanta, los engranajes se aceitan, el batallón avanza, paso tras
paso, botas tras botas. Una niña pasa delante de la mesa y mira, aprieta la
garganta de su muñeca petrificada y pregunta – “¿Tenés miedo?”- lo demás no se
alcanza a oír, la mesa redonda sucumbe al peso antes de que ella salga a gritar
afuera.
No niña, el miedo es otra cosa, y a veces no se presenta cuando
sucede lo que tiene que suceder o cuando la llovizna comienza tenue, mientras
el dolor va desapareciendo.
Silguero Ignacio
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