Todos necesitan un descanso, un respiro, un momento de paz, de
gracia, de ensueño. Aspirar una bocanada tenue, ínfima de eternidad que aplaque
el peso del tiempo sobre nuestra efímera existencia.
Así, el esclavo seca sus heridas al sol mientras coagula sus
sueños en los fríos vientos del porvenir. Su camisa hecha jirones, sangra sudor
y cansancio, pero sus manos aun aferran fe, de la misma manera que remueven la
tierra.
Descansa por las noches y sueña cada día con aquel rumor
enigmático que le resulta la libertad.
El austero se postra en la vacua utopía de la trascendencia, la
posteridad. Retrata su tiempo y plasma su mirada, descansa en aureolas
marchitas de gloria soñada, una victoria a la muerte.
Se regocija en el placebo del instante, que afable toma como
propio y odia y detesta y siente ante cada demostración de decadencia ante cada
salida, cada paseo. Solo haya respiro en el idilio, descanso en la desazón.
La gran máquina sigue en funcionamiento, la gran máquina nunca
descansa, sus engranajes son diariamente aceitados con sangre y lágrimas y el
motor ruge bombas y ametralladoras. Millones fichan en su nombre, millones
mueren, matan y sacrifican en su nombre, millones no la conocen y se sirven de
su mesa, millones y millones fueron invertidos, comprados y vendidos en su
corta existencia.
Todos necesitan un descanso, un respiro, para seguir pateando,
para seguir creyendo. Todos necesitamos un instante, un momento, para rescatar
del olvido, perpetuar en el recuerdo, demostrar en la acción y comenzar de
nuevo.
Siempre habrá galaxias, constelaciones, universos, utopías,
idilios, anhelos, deseos, suspiros y rebeldía, nuestra ambrosía, dulce néctar
de cambios y victorias, sustento de los desposeídos. Esa ingenua rebeldía que
lleva a jugar y a morir con la misma facilidad, que conduce a la lucha y la
sentencia, la locura y la valentía, al odio y al amor, a todo y a la pobreza.
Esa rebeldía es la que nos despierta del letargo y nos devuelve
a la realidad, donde los sueños son de lucha, de sacrificios y de revolución.
El descanso se hace esperar.
Silguero Ignacio.
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