Chinaski ya habla de ellos en Hollywood, Factotum, Cartero, en
sus poesías.
De ellos se comentan en Portishead, lo hace Amparo Ochoa, Victor Jara, Alfredo Zitarrosa. En otro viaje, otro destino, es Dostoievski quien los retrata, Chejov, Twain, Arlt, Baudelaire.
De ellos se comentan en Portishead, lo hace Amparo Ochoa, Victor Jara, Alfredo Zitarrosa. En otro viaje, otro destino, es Dostoievski quien los retrata, Chejov, Twain, Arlt, Baudelaire.
Ellos los pintan en su tiempo, en mi tiempo, en el tuyo, y yo…
Los veo, los observo detenidamente, los reconozco, los
aborrezco, los compadezco. Soy testigo, otro más, de su odio, su resignación,
de ese andar apresurado, custodiado, como si realmente lo hubiesen elegido,
como si realmente hubiesen tenido la oportunidad de otra cosa, ¿la tuvieron?
Los veo ascender y descender, murmurar quejas pero no tan en alto,
esgrimir ideas que sucumben tan rápido
como germinan, hacerse preguntas que relegan al momento mismo que se les apunta
una mentira más. Se sientan, se paran, se levantan, pero muchos no dejan de
arrastrarse, de arrastrar a los demás, de arrastrar a sus hijos, sus mujeres,
sus maridos, de arrastrarse a sí mismos a la perorata del viaje, a la
incertidumbre de querer creer otra cosa, de querer dudar, de pretender algo
distinto conociendo perfectamente la historia ya mil veces contada.
Si sus padres desfilaron por lo mismo, sus abuelos, y sus hijos
también lo harán.
¿Por qué hay quienes aun arden por la poesía? Por la raza
humana.
¿Por qué hay aun quienes piensan y mueren pensando algo
distinto, algo menos decadente que el no pensar?
¿Por qué las náuseas no nos liquidan en un vómito final que
termine con la resaca de fin de año, fin de siglo?
Chinaski habla de ellos porque estuvo con ellos, era el peor de
ellos y por ello mismo lo guillotinaron las cámaras, las lentes, los libros.
Portishead busca melodías de consuelo, consumidas por la resignación.
Jara, Ochoa, Zitarrosa, conservaron la esperanza y la dejaron de legado junto a una guitarra y un canto de nadie; una zamba, un grito latinoamericano, bien nuestro, bien de todos.
Dostoievski los había reunido en un cuarto tan real como el que me espera esta noche y les dio voz y voto.
Chejov fue más allá e indagando en sus sentires fue más breve, más directo. Los sentimientos del pobre siempre son así, breves, directos.
Twain se rió de ellos, con ellos, cansado siempre de haber llorado con ellos, haberse ensuciado con ellos.
Arlt los describió buscando semejanzas y diferencias, sabiendo perfectamente que se describía a sí mismo, pero diferente, como un igual.
Baudelaire les brindó aquellas flores malsanas que los llevaran a paraísos artificiales, a esa huída desesperada del spleen cotidiano.
Y yo, los veo, los siento, y sigo escribiendo sobre ellos.
Portishead busca melodías de consuelo, consumidas por la resignación.
Jara, Ochoa, Zitarrosa, conservaron la esperanza y la dejaron de legado junto a una guitarra y un canto de nadie; una zamba, un grito latinoamericano, bien nuestro, bien de todos.
Dostoievski los había reunido en un cuarto tan real como el que me espera esta noche y les dio voz y voto.
Chejov fue más allá e indagando en sus sentires fue más breve, más directo. Los sentimientos del pobre siempre son así, breves, directos.
Twain se rió de ellos, con ellos, cansado siempre de haber llorado con ellos, haberse ensuciado con ellos.
Arlt los describió buscando semejanzas y diferencias, sabiendo perfectamente que se describía a sí mismo, pero diferente, como un igual.
Baudelaire les brindó aquellas flores malsanas que los llevaran a paraísos artificiales, a esa huída desesperada del spleen cotidiano.
Y yo, los veo, los siento, y sigo escribiendo sobre ellos.
Su cansancio es mi dopamina y sería feliz e inexistente si
pudiera renegar de ellos y no amarlos.
Hoy, 7 de enero de 2014, ellos siguen, nosotros seguimos igual
que siempre. Con distintos peinados, con distinta vestimenta, pero la tez se
mantiene inmune ante el cachetazo sádico de quienes mueven los hilos, quienes
marcan los horarios, quienes acuerdan los precios, dictaminan los valores y
juzgan lo correcto. Nos mantenemos encasillados en el apuro matutino de llegar
temprano, de acortar el sueño, mutilarlos, vivir atareados.
Mientras tanto, el colectivero se acostumbra a hacer la vista
gorda ante quienes mentimos el precio del boleto para no tener que bajarnos y
arriesgarse a una discusión absurda por unas monedas de más, unos miserables de
menos para continuar el viaje.
Silguero Ignacio
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